El manejar a través del tráfico de la tarde en la via de circunvalación es siempre cansador. Toma demasiado tiempo y el presionar acelerador y freno constantemente ya me costó una ruptura del tendón de Aquiles. Ahora nuevamente está inflamado. Si puedo dejar de manejar un dia, tomo el dia!
Me estoy desviando de lo que quiero contar. Llego a casa, cansado. Bajo de la camioneta y me acerco a las escaleras que me llevan a casa. Alguien se interpone en mi camino. De mediana estatura, más bajo que yo, tez bronceada, ojos grandes, negros, cejas pobladas, depiladas, de aspecto árabe.
Me llamas por mi nombre. Me asombro que me trates con familiaridad. No te acuerdas de mi?, me preguntas. Ilústrame, te respondo. Me cuentas que vivías en la cuadra siguiente a donde se encuentra mi casa, en la cumbre de la colina, que nos conocimos en el vecindario, cuando manejaba todavía mi otra camioneta, que te invité a venir a casa... Mi cerebro trata de recordarte y no tengo pista de lo que me hablas. De pronto me recuerdas que me ofreciste un masaje. Mis recuerdos llegan y veo tu rostro en mi memoria, mucho más árabe que ahora, con barba más grande y poblada; ahora si apenas se insinúa, te has americanizado completamente.
Te invito a pasar y conversamos, cosas triviales, tu salida del vecindario, tu ida a otro estado, tu matrimonio hace 1 año, de pronto me interrumpes y elogias mi piel, que no la has olvidado. Cuando menos lo pienso, me encuentro admirando tu cuerpo atlético que cuidadosamente has afeitado dejando el vello muy corto, se ve bien. Caricias, abrazos, elogios se van entreverando hasta quedarte sólo en tus elegantes boxers, grises. Con cuidado, y despacio, muy despacio voy jalándolos hacia abajo hasta que descubro el monumento que hizo mantuviera tu presencia en mi mente todos éstos años. Gigante! ¿Puedo describir lo que ocurrió a continuación? Imposible, no hay adjetivos, no hay espacio.
Nos despedimos sin palabras, sin intercambiar números de teléfono. Conoces mi casa.
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