Estaba almorzando en un restaurante oriental cuando recibí tu llamada. Me dijiste que podíamos reunirnos en veinte minutos, te dí mis coordenadas, que no resultaron buenas porque no llegaste a acompañarme a la mesa. Cuando terminé me volviste a llamar, estabas en el centro comercial al otro lado de la pista. Te fuí a ver.
Usamos mi carro para ir al Starbucks donde fuimos la primera vez. Me contaste que estabas en problemas con el tuyo, que lo ibas a vender y comprar uno nuevo, Mientras tomábamos nuestra taza de café conversamos de tu falta de trabajo, del dinero que el gobierno te otorga como asilado, de la intención de mejorar tu inglés para mejorar tus posibilidades, de tu alejamiento del islamismo a pesar de los deseos de tu familia, de tu necesidad de incluirte en ésta sociedad, en los Estados Unidos.
No hablé de mi. Me gusta escucharte. Tuve que terminar pronto la conversación porque era tiempo de regresar al trabajo. No puedo tomar más tiempo del necesario para almorzar y ya me había pasado buenos minutos! De regreso a donde habías dejado estacionado tu auto, te sientas a mi lado, te acaricio la rodilla y la entrepierna en señal de amistad, me sonríes, y me preguntas si voy a alguna iglesia, "a ninguna", te contesté. Me dices que me llamarás para salir la próxima semana.
Pasan los dias y te llamo para escuchar tus disculpas, tu falta de tiempo, la inmensidad de tus problemas, y no me quiero incluir ni entrar a resolverlos. No digo nada, me mantengo alejado, no ofrezco ayuda.
Te veo en tu clase, me saludas de lejos. No te acercas, no me acerco. Mantenemos una distancia prudente y una sonrisa amigable. No te hé vuelto a llamar, no hé recibido llamadas tuyas.
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