"Buenos dias”,leo en la pantalla de mi celular. Termino
rápidamente la conversación con mi compañero de trabajo y me voy al baño para
poder escribir con tranquilidad. “Necesito que me ayudes, ¿puedes hablar?”, “si”
contesto.
Sigo en el baño y mi celular empieza a vibrar, el número
de Collin en la pantalla. “Estoy asustado”, me dices “me están picando los
pelos allí abajo, y no aguanto, me rasco cada minuto”. Escucho que tu voz está
angustiada y hablas a cien por hora. Te pido que te tranquilices. Hace un par
de meses que no recibo un texto tuyo y hablar contigo me da alegría, sin
embargo debo preguntarte “¿cuándo es la última vez que has tenido sexo?”. Hay
un espacio que detecto y me parece un siglo aunque hayan sido un par de
segundos. “Hace cinco dias”, me contestas. Te pregunto si has notado algo entre
los pelos del pubis y me cuentas que son como bolitas chiquitas, que sacaste
una y como que se movía. Te digo que son un tipo de pulgas que se pegan en los genitales
y que hay que tratarlos. “Para éso te llamo, para que me ayudes”, respondes.
Te digo que debes ir a la farmacia y comprar una loción
de permetrina, te pido que te afeites toda la zona, desde el ombligo a los
genitales y hasta la parte trasera. Te doy las indicaciones cómo aplicarlo y me
las repites para que se me quede claro que entendiste. “Me apena que haya
sucedido”, me dices, “estuve con una amiga, tuve sexo y me quedé a dormir la
noche con ella”. No digo nada al respecto. “Llámame cuando te hayas afeitado y
te hayas puesto la loción”, te digo.
Han pasado los catorce dias del tratamiento, nos hemos
visto varias veces, hemos conversado. Me has hablado de tus dudas, que querías
probar “como era hacerlo con una mujer” porque cuando lo hiciste antes eras muy
joven y no lo recordabas muy bien. Te hé dicho que nada ha cambiado entre
nosotros, que la confianza sigue igual. Me abrazas con fuerza mientras dejamos
el restaurante donde vinimos a almorzar. Me acerco a mi auto, tu te pones a mi
lado y sin importarte que estamos en la calle me das un beso en la boca. “Chau”,
me dices. “Chau”, te respondo, mientras te doy una tarjeta electrónica en las
manos, es la tarjeta de la puerta de un motel que conoces. Sé que me vas a estar esperando ésta noche, luego del trabajo.
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