Educado por su madre, de su padre no quiere hablar. Lo
recuerda?, mejor ni preguntar, es caminar por senderos escabrosos. Muy pronto
pone en claro que daría cualquier cosa por su madre, que no la dejaría sola en
ningún momento. Es conversador pero también aclara que se considera “sin
sentimientos”, que no ha llorado ni siquiera en el funeral de su tio, a quien
quiso mucho. Quizás es un mecanismo de defensa porque su familia cercana no lo
acepta, lo critica demasiado.
Cuando llegó a los Estados Unidos, a pesar de su falencia
en el ingles destacó en matemáticas, porque en Colombia enseñan bien
matemáticas, pero sus tias no aceptaban que él fuera tan bueno. Sus primos que
habían nacido aquí no entendían matemáticas. Se esforzó por tener las mejores
notas, pero siempre hubo una chica que lo aventajaba. Puso exceso de horas en servicio a la comunidad durante su secundaria, pero ella cuadrupiicó cualquier
cosa que él hubiera hecho. Siente que toda su vida ha logrado las cosas a la
mitad. Quiere hacer algo bien. Quiere tener una identidad. Quiere dar luz a su
nombre. Una de sus tias lo llama “marica” porque nunca ha tenido enamorada.
Ya tiene 22 años, no ha tenido sexo, está en la Universidad,
sigue viviendo en el sótano de la casa donde su mama ayuda a la dueña en los
quehaceres del hogar. Tiene un trabajo estable, pero no se dá horas libres para
poder vivir su vida. Nunca ha sido rebelde, por el contrario, adora a su madre
y se sujeta muy bien a la autoridad, aunque critica secretamente a su jefe en
el trabajo y lo convierte en el hazmerreir entre sus compañeros.
“Marica”, es la palabra que lo ha acompañado siempre. No
solamente porque su tia se lo dijo, sino porque en diferentes ocasiones,
diferentes muchachos se lo han dicho. Se lleva bien con las chicas, habla mucho
con ellas, frecuenta sus reuniones, pero no sabe si le gustan los muchachos. No
participa con ellos en actividades deportivas, ni ha ido al bar con ellos, ni
se ha emborrachado. “Marica”?, es la pregunta que le da vuelta a la cabeza,
constantemente.
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