martes, octubre 21, 2014

Antolin (II)


La mañana del miércoles, cuando se despertó, se metió al baño, se duchó, le alcancé toallas limpias (agradeció) y me dijo que se iba a trabajar. Estaría de regreso para instalar las tapas el fin de semana. Le dije si se quedaba a tomar desayuno, agradeció nuevamente pero no aceptó. Le ofrecí llevarlo al trabajo y me respondió que usaría el transporte público. Monosilábico, falto de conversación, serio en su expresión facial. No hizo mención alguna a la extraordinaria noche que acabábamos de pasar juntos, ni a su verborreico hablar lleno de expresiones gentiles entonces. No dije nada tampoco.

El fin de semana Antolín regresó a casa para instalar la tapa de granito en los gabinetes de la cocina. Lo habían dejado en casa el dia anterior. Lo ví trabajar rápido, con movimientos certeros, y no necesitó de ayuda para levantar el pedazo de piedra y colocarlo apropiadamente. Era increible ver a ése pequeño ser dueño de una fuerza descomunal. Cuando terminó, agradecí y le extendí el cheque. “¿No tienes más del vino de la otra noche?”, me preguntó con una sonrisa. Por supuesto que se lo ofrecí, ésta vez nuevamente con fruta y con pan pesto-aziago que tenía a la mano. Nos dirijimos al sótano, a la misma sala donde habíamos estado la vez anterior.

“Me gustas”, me dijo. “Me gustas muchísimo. Me gusta tu conversación, me gusta tu casa, me gusta todo lo que sabes, me gustó compartir tu cama”, añadió. “Pero no quiero ser maricón. No quiero que la gente se burle de mí, hable a mis espaldas y tenga que estar peleándome a cada rato con ellos. No quiero vivir así. Quiero tener una familia. Quiero tener una esposa, quiero tener hijos. Quiero vivir una vida tradicional, normal”. Me dió su copa para que se la llenara por segunda vez. “Hé tenido sexo con mujeres desde que tenía 14 años. Ahora tengo 24, pero nunca, nunca había sentido lo que sentí contigo la noche que estuvimos juntos. Me da miedo tanto placer”. Yo lo escuchaba con atención sentado en mi sillón. No estaba alterado, no estaba nervioso, no estaba experimentando ninguna fase maníaca, pero, sí, se notaba que había ensayado, repetido sus palabras y sus acciones antes de decirlas ahora frente a mí. Este momento era el momento de su gran actuación.

“Hoy dia no quiero emborracharme. Hoy dia quiero estar cuerdo y quedarme a dormir contigo nuevamente, por última vez en mi vida. Puedo quedarme?. Es fin de semana, mañana no tengo que ir a trabajar”. Asentí. Me dió un beso simple, rozando mis labios, me tomó de la muñeca y me llevó con determinación, a mi dormitorio.

Se desnudó, me desnudó y desde ésa media mañana nuestros cuerpos se entrelazaron de todas formas, en todos sentidos, fuimos uno y fuimos muchos. Nos desdoblamos en docenas de personajes, hora tras hora, sin sueño, con risas, con caricias, con placer, con sentimiento, con suavidad, sin temor ni tartamudeos. La noche pasó rápida y las luces de la nueva mañana entraron a través de los tules de las ventanas de mi dormitorio. Te abracé, me abrazaste. Pusiste tu cabeza sobre mi pecho, y escuchando los latidos de mi corazón, te dormiste. Con el peso de tu cabeza sobre mi tórax fuí poco a poco entregándome al sueño, sintiendo tu respiración sobre mis costillas.

Eran las cuatro de la tarde cuando nos despertamos. Me diste un segundo beso, simplemente un roce en mis labios. Te vestiste y me dijiste: “me voy a casar. Es una amiga a quien quiero ayudar, voy a darle la residencia Americana. Voy a vivir con ella, estaremos en la casa de mis padres por unos meses y luego alquilaré un apartamento. No te veré, no te llamaré, pero no significa que te olvidaré”. Luego de vestirte, sin dar la vuelta a tu rostro y decir adios, saliste de mi vida.

Hace dos años que te observé salir de mi dormitorio y escuché la puerta de mi casa cerrarse en el primer piso. Esta noche, pasados unos minutos luego de la medianoche, casi dormido, escucho el sonido de mi celular que me anuncia hé recibido un mensaje. Leo: “Tolin”, eres tú quien me está enviando un mensaje después de la media noche, dos años luego de nuestra última conversación. “¿Cómo estás?”, leo. “Muy bien, -contesto-, feliz de tenerte en mi pantalla”. “Estoy en casa, borracho, vinieron unos amigos a conversar”, me contestas. “Estás escribiendo bien y rápido, no parece que estuvieras borracho”, argumento. “Pues sí lo estoy”, respondes. “¿Quieres venir?”, me atrevo a preguntar. “Me gustaría, pero no quiero que manejes hasta acá por gusto. No sabría que excusa darle a mi mujer para salir a ésta hora”. “Entiendo”, respondo. “Sólo quería saludarte. Chau” me escribes para finalizar.
No hé vuelto a recibir un mensaje tuyo. Tampoco quiero enviarte uno, no quiero alterar la tranquilidad de tu hogar. En todo caso, si alguna vez necesitas de un amigo, encontrarás la manera de volverte a comunicar conmigo, y, quizás, quién sabe, volver a vernos.

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