Sentado, mira hacia la ventanilla alta por la que entra
la luz del sol de la tarde. Un vacío en su corazón, nostalgia en su cuerpo, y
sus ojos guardan la imagen de sus campos y rios en su lejana Guatemala.
Terminó la secundaria hace un año y supo que si se
quedaba en su aldea, le esperaba trabajar la tierra, sembrar café, maiz,
frijoles, lo que todos siembran cada año. Sabía que nunca podría tener la
camioneta que soñaba, ni el tamaño de parcela que quería, si seguía la rutina.
Ya otros lo habían intentado, ya otros habían cruzado la frontera, entrado a
Mexico y luego a Estados Unidos. Muchos que nunca habían regresado y se habían
convertido en leyendas de éxito. Otros, por mala suerte ó estupidez, estuvieron
de regreso y él los veía peor que antes, más pobres, más tristes, cargando un
peso invisible sobre sus hombros cansados. Todavía eran jóvenes, pero ya lucían
como viejos, cargando un fracaso del que nadie se atrevía a hablar, pero todos
los sabían.
“No me va a pasar a mí!”, lo pensó. “No me va a pasar! Yo
voy a ir al norte a triunfar!”, se lo dijo una y mil veces, hasta que su mente
saturada con tanta repetición, convenció a sus padres, quienes lo dejaron
partir. ¿Cómo decirle que no?, ya tiene 19 años y de todas maneras va a partir,
con permiso ó sin permiso. Tantos otros
han ido, que vaya!, que pruebe suerte!
No fué fácil el camino cuando el bolsillo está vacío
aunque las esperanzas sean grandes. Probablemente eran las esperanzas las que
lo mantenían en los momentos difíciles del recorrido. Siguió, con hambre, sin
sueño, agotado, sin bañarse, escondiéndose, limosneando un pan. Cruzó el rio,
sin nadar, sujeto a una cuerda que alguien le trajo del otro lado. Las noches
en el desierto son frias, quién lo hubiera imaginado! Hay que experimentarlas
para saber de lo que se habla. Frio en la noche, calor en el dia, sin agua ni
alimentos. Camina sin rumbo, hacia el norte, hacia el norte, cada vez más
cansado…más cansado
Esa noche se despierta con el brillo de las luces azules
y blancas que se prenden y se apagan. De pie, frente a él, mirándolo echado
sobre la arena y rocas del desierto, un policía de migraciones.
Su ventanilla tiene barrotes, y es tan alta que no puede
subirse a ella para ver lo que hay afuera. Espera, ya tiene 10 dias esperando.
La corte de migraciones lo deportará de regreso a Guatemala.
Los dias en prisión, esperando la deportación pasaron
rápido, y pronto sumó tres meses. Tres meses duchándose con otros presos
meyores que él. A los diecinueve años en prisión, todos son mayores que él.
Empezaron a fastidiarlo mientras se jabonaba, y
“accidentalmente”más de uno le acariciaba cualquier parte de su cuerpo, hasta
sus genitales. En un principio saltaba y quitaba el cuerpo, pero otro hacía lo
mismo. Finalmente, cedió y se dejó acariciar todo el cuerpo, en las duchas, y
cuando se retiraba a su celda, que compartía con otros diez. No es como en la
television, no son celdas personales ni celdas para dos, son celdas comunales,
y pronto, tantos hombres juntos durmiendo en cualquier sitio, tenía que pasar.
Uno de los prisioneros le tapó la boca, mientras otro lo
atenazaba por la espalda, ajustándole las piernas y susurrando: “no grites, si
gritas, todo va a salir mal. Vamos a hacerlo despacito…te va a gustar…nos va a
gustar a todos…Este es nuestro secreto…nadie lo sabrá”. Un tercero, rápidamente
le bajó el pantalón y el calzoncillo y él sintió la brusca y fuerte
penetración. No pudo gritar. Tenía la boca muy ajustada. Cuando el ritmo de
entrar y salir se hubo establecido, el que le bajó el pantalón empezó a
masturbarlo. El sintió que quien lo penetró se detuvo, y en el borde de su ano
sintió la dilatación del pene que estaba eyaculando dentro de él. El tercero lo
seguía masturbando y ya no tenía ganas de gritar, sino continuar con lo que ahora
se había convertido en placer.
El Segundo reemplazó al primero, y lo volvió a penetrar.
Esta vez ya no hubo dolor, se encontraba completamente dilatado. El ingreso fué
fácil. El tercero lo seguía masturbando. El primero no tuvo necesidad de
cerrarle la boca, ya no iba a gritar, ahora solo jadeaba, gemía,
silenciosamente. No quería que los otros compañeros de celda despertaran.
Sintió la dilatación del pene que anuncia eyaculación, y el jadear animalesco,
gutural, en su oreja. Cuando retiró el pene, el tercero entró a penetrarlo,
mientras continuaba masturbándolo. Esta vez, él eyaculó al sentir la
penetración, y disfrutó completamente el movimiento de entrada y salida. Ya no
hubo más dolor.
Inexplicablemente, se sentía adolorido, pero satisfecho.
Puso sus dedos en su ano y sintió el liquido seminal que los otros tres le
habían dejado. Instintivamente, se quitó el calzoncillo y se limpió con él hasta sentir que ya no había más
liquido fuera. ¿Habría semen dentro de él? Seguro que sí, pero no sabría como
limpiarlo.
Las noches de actividad sexual se sucedieron mientras
esperaban la deportación, algunos otros se unieron al grupo y todo se había
vuelto más libre. De pronto, no era el único que era penetrado, y él también
penetraba a otros, se convirtió en una actividad más, como en las mañanas ir a
la biblioteca y los domingos escuchar al capellán y leer la Biblia.