sábado, septiembre 15, 2012

Sebastian

Sebastian es el orgullo de su padre. El mas inteligente de los de su generación. El más bonito también. Una tia siempre dice: "es el mejor de la familia!". Obviamente, todos aman a Sebastian y piensan lo que la vida tiene para ofrecerle, especialmente ahora que acaba de cumplir 18 años.

Dieciocho años, pero no se ha graduado todavía de la secundaria. Su padre siempre dice Todavía está chico, ya se esforzará en la universidad, y deja que Sebastian pase las horas en casa jugando con su Wii, tocando guitarra, ó en la piscina con sus amigos. Ha pagado las clases de verano para que pueda recuperar los cursos que no aprobó el año pasado. Lo lleva hasta el colegio y lo recoge de la puerta, todos los dias, a pesar que el colegio queda cerca y podría caminar.

Su madre va a verlo al colegio, inesperadamente. Se encuentra en el área y quiere ver a su hijo, abrazarlo y besarlo; decirle que cuando termine las clases se van a ir a Nueva York por una semana, a disfrutar de unas cortas vacaciones. Se da cuenta que ya creció, no es un niño, ya es mayor de edad, y ella ha perdido los mejores años de su vida. Su nuevo compromiso (aunque está divorciada del padre de Sebastian, no se ha casado todavía pero tiene una niñita, casi de dos años, media hermana de Sebastian). Va al colegio y le dicen que no está en clases. Llama al padre y confirma que sí, que lo trajo temprano en la mañana y lo va a recoger cuando acaben las clases. Madre, al fin y al cabo, mujer, llena de presentimientos, averigua el posible paradero de su hijo, con persuasión, con convicción, hasta se diría con ternura, pregunta a uno y a otro. Alguien le dice que se encuentra en la casa de Marco y hasta consigue la dirección. No es lejos, enrumba para allá.

Llega a la casa. No toca la puerta. Algo le dice que la empuje. Se abre. Entra sigilosamente, escucha música, ruidos, conversaciones. Sigue el sonido y llega a la sala de música donde encuentra a cinco muchachos, todos tirados en el suelo, fumando, usando cada uno una máscara de cuero negra. Reconoce a su hijo, lo levanta del suelo, le quita la máscara. "Mami! qué haces aquí?, le pregunta, con la lengua lenta, arrastrada en cada palabra, los ojos abiertos, grandes, grandes. El olor del humo le recuerda a ella sus diecisiete años y dos hijas que ahora ya la han hecho abuela. Parecen sus hermanas, cada una de ellas trata de reconstruir una vida ya mellada por la vida y los vicios, ninguna de las dos ha cumplido todavía veintidós años.

Su único hijo se encuentra ahora transitando un sendero para ella familiar en algún momento. Nunca pensó que la pesadilla se repetiría en él. Lo saca de la casa, él no tiene voluntad para oponerse. Nadie se levanta del suelo, lo ven salir a la claridad de afuera. Adentro, semiobscuridad, humo, rostros tras máscaras. Afuera, padres que no saben que los juegos de sus hijos no solamente son Wii y Play Station.

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