Asad y Lehlsin se conocieron en la secundaria y en medio de la multitud de muchachos inmediatamente se gustaron. Aunque Asad está casi listo para terminar sus estudios, el tamaño de Lehlsin no hace notar que hay una diferencia de tres años entre los dos. Asad se nota más frágil, más pequeño. Los dos adoran las Yamaha y usan sus motos para llegar a la escuela.
Los parlantes de la escuela traen las oraciones del dia y los muchachos se arrodillan hasta el suelo para orar. Lehlsin es Baha'i, pero igual, tiene que recitar el Koran para no estar bajo el radar de la policía religiosa. Asad lee el Koran, asiste a las clases para memorizar las páginas del libro, y recuerda haber participado en algunos concursos de recitación de pasajes del Koran cuando estaba en la primaria; ahora, aunque va a la mezquita los viernes en la tarde no siente el fuego religioso que antes consumía su corazón. Piensa que ha madurado.
Los primeros encuentros fueron tímidos, hablaron de deportes, libros, actividades religiosas (Asad no se enteró que Lehlsin no era musulmán sino hasta después) y disfrutaron juntos de cine, fiestas con amigos y programas de televisión. Los abrazos eran constantes, apretados, sintiendo cuello contra cuello y el respirar en la oreja...hasta que la oportunidad llegó mientras veían futbol en casa de Asad, sus padres fuera en un viaje corto a visitar a los abuelos. Asad se sintió indispuesto esa mañana y no pudo ir con ellos. En la euforia del partido hubo gritos, saltos, brincos, abrazos y en el momento del gol, un beso. Se miraron asombrados, en silencio, dos pares de ojos negros escrutándose y leyendo el interior. El mensaje que descifraron los hizo darse otro beso, largo, apasionado, con alma. Se sentaron, tomados de la mano, continuaron viendo el partido, con más emoción, con sentimiento. No hablaron de lo sucedido.
Los encuentros en la escuela se distanciaron, por prudencia, debido al temor del control islámico. Las visitas en las casas continuaron. Las caricias se hicieron mas apasionadas en los pocos momentos que disfrutaban de su intimidad. Aunque en su pequeño mundo se sentían felices, la sociedad, las oraciones diarias, las mujeres con las cabezas cubiertas y los extremistas religiosos los hacían sentir en peligro. Sabían que si lo suyo se descubría, la muerte era la consecuencia, y sus padres no podrían conseguir ninguna influencia para salvarlos. Una realidad que ponía acidez y amargura en su recién descubierto paraiso
miércoles, mayo 30, 2012
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