Te conocí hace unos ocho meses, cuando tu sonrisa me iluminó el dia en el restaurante donde trabajabas como mesero, y me cautivaste. Conversamos, te dejé mi número de teléfono y me llamaste. Conversamos un buen tiempo, nos hicimos preguntas tratando de conocernos mejor. Me preguntaste si era casado. Esa pregunta no es normal que se haga, a menos que uno tenga interés en la persona. Me pareció de buen augurio. Quedamos para salir. Pasamos un lindo dia, de sol, de regocijo, de pasear, de fotos. Cuando ya te llevaba de regreso a tu departamento, no recuerdo exactamente qué fué lo que me dijiste, pero me pediste que te trajera a casa.
En casa, nos pusimos a jugar con la computadora y terminamos jugando con nuestros cuerpos. Tu cuerpo tan frágil, tan delgado (luego me enteré que cuidas mucho el no comer en demasía porque quieres conservar la talla que tienes. Prácticamente me has desafiado a que baje de peso. El fin de semana, el gimnasio me dió las cantidades reales, que yo he venido evitando el saber. Mi sobrepeso es excesivo!), tu cuerpo tan casi el de un niño. Sin embargo con una energía increíble y la anatomía genital espectacular. Sudamos y nos seguimos viendo. Cada vez mejor. Te prometí pasar juntos la noche del año nuevo, y te fallé. No te volví a llamar, tu tampoco lo hiciste.
Regresé a tu restaurante acompañado de mi madre, y nuevamente tu me serviste. Cuando me viste, de manera cortés me increpaste. Mi madre me dijo, y a éste, que le pasa? No hice comentarios, pero te volví a llamar. Volvimos a salir y luego de pedirte disculpas y explicarte mis razones por las que no estuve contigo en año nuevo, recomenzamos exactamente en el mismo punto donde habíamos dejado nuestras conversaciones y nuestras acciones, yendo cada vez en crescendo hasta lograr notas magníficas de placer no mensurable.
Las cosas marchan bien, por ahora
miércoles, mayo 02, 2012
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