El aire de inocencia que tiene Jean Claude atrae. La gente conversa con él,
y él sonríe. Su sonrisa trae calma, confianza, luz beatífica. Su voz hace
perfecta pareja a la sonrisa, suave, modulada, gentil. Qué diferente al acento
de otros de sus coterráneos, él no tiene acento, habla simplemente con un
acento universal, celestial, angelical.
Una tarde conversa con un cliente mientras le prepara su orden en la
plancha. El le comenta que pronto va a tener su descanso. El cliente lo invita
a su mesa a conversar. El se acerca a la mesa con su propio plato de comida y
hace buen uso de los “palitos chinos” (chopsticks). Conversan, rien, cualquiera
que viera la escena desde fuera pensaría que son padre é hijo pasando un lindo
momento. Nadie creería que sos dos desconocidos que empiezan a conocerse.
Jean Claude visita al desconocido la siguiente semana, durante el almuerzo
le dió su teléfono y le extendió la invitación. En casa beben una gaseosa y
conversan. Los ojos de Jean Claude brillan y sus labios se mueven rápidamente
pero con cierta elegancia. En algún momento de la conversación, Jean Claude se
estira, más que se sienta, sobre el sillón; la pelvis expuesta, los brazos a un
lado. Mira a los ojos a su amigo y lentamente desciende su vista a lo largo de
su propio pecho, lentamente hasta que termina en su ingle. Ahora que ha hecho
el barrido visual, lentamente eleva los ojos, las pestañas arqueadas se
levantan y los párpados se abren hasta hacer el contacto visual con su
interlocutor, claro, brillante, perfecto.
“¿Puedo?”, le pregunta el dueño de casa con absurda timidez. Jean Claude
asienta con la cabeza y deja que la mano de su ahora amigo le acaricie los genitales
sobre el pantalón, una caricia suave, que continúa, larga, que va descubriendo
en la palma del que la hace cada rasgo de la intimidad de Jean Claude.
Jean Claude abre el cierre de su bragueta, toma la mano de su amigo y la
introduce dentro de su propia intimidad. El amigo siente la tibieza del cuerpo
de Jean Claude y una más suave piel, propia de un área delicada, bien cuidada,
no expuesta al sol ni al estrés propio de la vida. El amigo se abre paso entre
el vello púbico que siente apropiadamente recortado, no hay enredos, empieza a
jugar con el prepucio. No sera la última vez que los dos se vean inmersos en
juegos personales.
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