Los mexicas o aztecas eran
extremadamente intolerantes con la homosexualidad, a pesar de que algunos de
sus rituales públicos tenían tintes homoeróticos. Así, por ejemplo, adoraban a
la diosa Xochiquétzal, que bajo su aspecto
masculino, con el nombre de Xochipilli, protegía la
prostitución masculina y la homosexualidad. La historia mítica del pueblo
azteca se dividía en cuatro «mundos», de los cuales el anterior había sido «una
vida fácil, débil, de sodomía, perversión, del
baile de las flores y de adoración a Xochiquétzal», en la que se
habían olvidado las «virtudes masculinas de la guerra, la administración y
la sabiduría». Es posible que esta historia hiciera
referencia a los toltecas. El
autor Richard Texler, en su libro Sex and the Conquest, afirma
que los aztecas convertían a algunos de los enemigos conquistados en berdaches,
siguiendo la metáfora de que la penetración es una muestra de poder.
La ley mexica castigaba la sodomía con la
horca, cuya palabra náhuatl corresponde a cuilontli, el empalamiento para
el homosexual activo, la extracción de
las entrañas por el orificio anal para el homosexual pasivo y la muerte por garrote para las lesbianas.
Algunos autores afirman que estas estrictas
leyes no eran empleadas en la práctica y que los homosexuales eran
relativamente libres. Por ejemplo, citan crónicas españolas que hablan de
sodomía generalizada que incluía a niños de hasta 6 años o de niños que se
vestían como mujeres para ejercer la prostitución. Las crónicas también hablan
de actos religiosos en los que se practicaba la sodomía.
La existencia del lesbianismo está atestiguada por
la palabra náhuatl patlacheh, que denomina a
mujeres que realizan actividades masculinas, incluyendo la penetración de otras
mujeres, como revela la Historia general de las cosas de Nueva España de Bernardino de Sahagún.