Los dias en prisión, esperando la deportación pasaron
rápido, y pronto sumaron tres meses. Tres meses duchándose con otros presos
meyores que él. A los diecinueve años en prisión, cualquiera es mayor que él.
Empezaron a fastidiarlo mientras se jabonaba, y “accidentalmente”más
de uno le acariciaba cualquier parte de su cuerpo, hasta sus genitales. En un
principio saltaba y quitaba el cuerpo, pero otro hacía lo mismo. Finalmente,
cedió y se dejó acariciar todo el cuerpo, en las duchas, y cuando se retiraba a
su celda, que compartía con otros diez. No es como en la television, no son
celdas personales ni celdas para dos, son celdas comunales, y pronto, tantos
hombres juntos durmiendo en cualquier sitio, tenía que pasar.
Uno de los prisioneros le tapó la boca, mientras otro lo
atenazaba por la espalda, ajustándole las piernas y susurrando: “no grites, si
gritas, todo va a salir mal. Vamos a hacerlo despacito…te va a gustar…nos va a
gustar a todos…Este es nuestro secreto…nadie lo sabrá”. Un tercero, rápidamente
le bajó el pantalón y el calzoncillo y él sintió la brusca y fuerte
penetración. No pudo gritar. Tenía la boca muy ajustada. Cuando el ritmo de
entrar y salir se hubo establecido, el que le bajó el pantalón empezó a
masturbarlo. El sintió que quien lo penetró se detuvo, y en el borde de su ano
sintió la dilatación del pene que estaba eyaculando dentro de él. El tercero lo
seguía masturbando y ya no tenía ganas de gritar, sino continuar con lo que
ahora se había convertido en placer.
El Segundo reemplazó al primero, y lo volvió a penetrar.
Esta vez ya no hubo dolor, se encontraba completamente dilatado. El ingreso fué
fácil. El tercero lo seguía masturbando. El primero no tuvo necesidad de
cerrarle la boca, ya no iba a gritar, ahora solo jadeaba, gemía,
silenciosamente. No quería que los otros compañeros de celda despertaran.
Sintió la dilatación del pene que anuncia eyaculación, y el jadear animalesco, guttural,
en su oreja. Cuando retiró el pene, el tercero entró a penetrarlo, mientras continuaba
masturbándolo. Esta vez, él eyaculó al sentir la penetración, y disfrutó
completamente el movimiento de entrada y salida. Ya no hubo más dolor.
Inexplicablemente, se sentía adolorido, pero satisfecho.
Puso sus dedos en su ano y sintió el liquido seminal que los otros tres le
habían dejado. Instintivamente, se quitó el calzoncillo y se limpió con él hasta sentir que ya no había más liquido
fuera. ¿Habría semen dentro de él? Seguro que sí, pero no sabría como
limpiarlo.
Las noches de actividad sexual se sucedieron mientras
esperaban la deportación, algunos otros se unieron al grupo y todo se había
vuelto más libre. De pronto, no era el único que era penetrado, y él también
penetraba a otros, se convirtió en una actividad más, como en las mañanas ir a
la biblioteca y los domingos escuchar al capellán y leer la Biblia.
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