En ocasiones la vida nos juega trucos de manera inesperada. Te conocí cuando tenías 19 años, y eras del grupo de Jerry. Salimos algunas veces con él, y mi amigo el rubio (de la otra historia). La pasábamos bien, conversando, recibiendo tus llamadas telefónicas donde me contabas cómo habías pasado tu fin de semana y los desarreglos que todos habían hecho con el exceso de cerveza y tequila del que nunca he participado, quizás por cobardía, quizás por temor a descubrirme alcohólico, y los alcohólicos no deben acercarse a un vaso de licor, por pequeño que sea (quizás exagero, muy típico en mi). Bueno, debo continuar con el hilo del relato. Siempre buscaste estar cerca mío, pero nunca me sentí atraído a disfrutar solamente de tu compañia. Todo iba bien en grupo. Nunca supe que le gustabas a mi amigo el rubio, pero él te lo hizo saber y de alguna manera se hicieron inseparables, pero tengo entendido que nunca ocurrió nada entre ustedes. En ése momento tenías una chica con la que salías y mantenías intimidad. No aceptaste los acercamientos y ofrecimientos que se te hicieron.
Las angustias de la vida nos separaron, para sobrevivir mejor. Las cosas se han casi normalizado y me llamas, me pides venir a casa para ponerme al dia sobre lo que ha ocurrido en tu vida mientras no nos hemos visto. Te recibo con alegria. Se te ve mucho mejor, has perdido peso, has echado cuerpo, se te ve atlético, muy atractivo. Eres un hombre de 21 años, me siento con seguridad de ofrecerte un vino. Te sirvo un vaso, me sirvo uno. Me entretengo a sorbos con el vino, tu acabas rápidamente tu vaso y no me esperas, te sirves el segundo. Seguimos conversando, me cuentas de las idas y vueltas en tu vida, las ilusiones, las decepciones, el amor y el desengaño. Te levantas, caminas alrededor de la sala, te quejas que hace calor. No lo siento, el aire acondicionado funciona bien y el verano se encuentra fuera de la casa. Te sirves el tercer vaso de vino y vacías la botella.
Con las mejillas sonrosadas por el vino te acercas y me pides que vayamos al estudio en el sotano. Quieres privacidad para lo que quieres decirme, aunque no hay nadie en casa, estamos solos. Es la ilusión de protección para lo que quieres decir, para lo que vas a hacer. Palabras van, palabras vienen, no recuerdo exactamente cómo fué. Si recuerdo que nos encontramos desnudos disfrutando el uno del otro, de muchas maneras, en silencio, con caricias y cuidado. Cuando el sudor cesa y el jadeo va desapareciendo me dices que ésto no va a volver a suceder, que tenemos que regresar a la buena amistad de siempre. No contesto. Te veo vestir, me das un abrazo y te despides.
Después de varios dias, hoy me has vuelto a llamar. Te espero...